miércoles, 11 de junio de 2014

Cena para dos

Si amigos, mi vida es una continua serendipia desde hace casi dos meses y todo comenzó cuando un buen día me levanté por la mañana, ,me senté en mi habitual mesa del pasillo de la facultad de medicina, miré al frente y me dije: “Estoy harta. Estoy cansada de buscar y no encontrar. Lo siento mundo, pero hoy, voy a sentarme y esperar...”

Y así lo hice...

El problema es que para contaros esta historia no voy a empezar por donde se empiezan normalmente las historias... O bueno, si, pero no seré yo quien os la cuente, sino una buena amiga, que, como tantas otras personas importantes en mi vida, apareció por casualidad.

Deb (para los amigos) es casi tan yo como yo misma, puede que incluso más. Ella, como iba diciendo es la parte de mi más madura, la que tiene la cabeza mejor puesta en su sitio y por tanto, la que mejor escribe y por ello le dejo a ella contar el principio de esta historia:

Hoy cocino para mi.

Manos a la obra: hoy toca champiñones revueltos; receta propia. No se por qué no como sola más a menudo... bueno, siempre que puedo lo hago en familia; y cuando no, es porque no tengo tiempo para el almuerzo. Lástima, porque me gusta preparar los platos a mi gusto. Champiñones, ¡a la sartén!

La ausencia de palabras, la concentración para preparar cada ingrediente, el juego de manos y
utensilios. Armonioso, sistemático, rápido. Picamos el chorizo y lo echamos a la sartén también;
mezclamos y añadimos un poco de aceite; fuego sin prisa pero sin pausa.


Ahora el toque personal. Esa pincelada propia con la que sazonamos la vida. Para algunos puede ser la risa; para otros, la ironía pero todos tenemos el nuestro propio. Para mí es el orégano. Algunas personas se conocen muy bien y otros, en cambio, tardan años. Hay personas que se miran en el espejo y lo ven vacío, si quiera un reflejo difuso. Hay personas a las que les lleva una vida conocer su vida y son los mayores extraños para su propia persona. ¿Por qué no ven lo fácil que es conocerse? ¿Por qué no ven lo fácil que es quererse?


Ahora batimos el huevo y cubrimos con él el contenido de la sartén. Aún así no veo claro que
apreciar quien soy me haya facilitado encontrar a más personas como yo. Al contrario, en cada
ocasión en la que me he visto reafirmando mi postura (llámalo cabezonería -no te contradigo), he visto cómo se me cerraban puertas. Muchas de ellas me han conducido a la mesa individual en la que me toca comer hoy. No te olvides de remover.


Entonces, ¿por qué no callo alguna que otra vez? Pues porque yo valgo más que ese silencio. La
persona que soy es el proyecto resultado de 21 años de trabajo, ¿cómo negar ahora una parte de mí? No. Prefiero ver cerrarse una puerta (tras otra). Ceder en mi personalidad para agradar a los demás no es una opción. Así soy he decidido ser; para bien o para mal. Claro que nadie es
perfecto, pero si se me quema la comida hoy... mañana me acordaré de rebajar el fuego.


Muchas palabras cruzadas a destiempo y oportunidades estrelladas en la pared me han conducido hasta aquí. Un salvamantel y un servicio (de momento). Pero no por ello me detengo, no.


Sigo cocinando mientras espero que venga aquella persona que, entre tú y yo, convierta el
almuerzo para uno en cena para dos. 


¡Buen provecho!


Veis lo que os decía. Deb es un Gran Reserva cuando yo solo soy un vino joven de garrafón, de esos con sabor afrutado (eso si) pero bueno, el caso es que aquí comienza mi historia, cansada de cocinar para uno...

Soy buena cocinera, de pequeñita mi madre me dejaba horas y horas delante de la tele y como mi
hermana se pasaba la vida delante de un folio en blanco intentando escribir rimas que conformasen el más bonito de los poemas, aprendí casi todo lo que sé de la caja tonta, y así me fue...

En aquella época el prime time de las televisiones aún merecía la pena y como decía crecí viendo un programa que muchos recordaréis, “Con las manos en la masa” y su posterior spin off en otra
cadena “Rico Rico” Total, que en mi vida nunca faltó el perejil, y ese es justamente mi ingrediente
estrella.

El problema es que, si bien entre los fogones me siento cómoda, nunca había podido ajustar las
unidosis, como si supiera desde siempre que a mi lado debería haber otro comensal y ya ves,
serendipias de la vida me lo encuentro en un teatro en una función de Magia, pero eso es una
historia anterior.

Pero bueno, ahí me tenéis a mi, en un pasillo, resignada a seguir cocinando solo para uno el resto de mis días y el universo a punto de conjurarse para que mis planes no pudieran ser llevados a cabo y es justo en ese instante donde empieza mi receta. Mi primera de ellas para dos:

Solomillo a la manzana en salsa de vino blanco:

El truco elemental de la cocina es saber los tiempos de cocción de cada uno de los ingredientes, si pones uno que se hace con mayor rapidez este se termina quemando y si lo haces al contrario, algo no queda bien y eso se acaba notando.

Pasa como en la vida: No puedes poner la razón antes que el corazón , algo no liga bien, es como si la salsa que permite que todo sepa mejor no funcionase con el plato que queremos hacer... o si pones la física antes que el amor, al final la relación se acaba chamuscando y allí solo quedan cenizas, así que lo primero que pondremos en nuestro caso es la Cebolla.

La cebolla es un ingrediente interesante, uno de mis favoritos. Al principio te hace llorar si no la tratas con el cariño suficiente, pero una vez cocinada con amor le da el toque perfecto a casi cualquier plato.

Si me permites, es como las relaciones de pareja: Nos empeñamos en buscar y buscar entre mil rostros al hombre de nuestros sueños, soltando cientos de lágrimas por el camino cuando algo sale mal y al final, el chico perfecto está donde menos te lo esperas.

No tengo la clave para decirte cual de todas las cebollas del huerto será la que no te haga llorar (que más quisiera) y tal vez yo en este momento tenga entre mis manos una de esas cebollas engañosas que comienzan a escocerte los ojos cuando ya las has echado en la olla (esperemos que no) pero lo que si te puedo decir es que no desistas nunca, al final, las lágrimas de las cebollas no son siempre amargas como al principio puedan parecer.

Bueno, pues eso, cortar la cebolla en pétalos y dorar a la sartén en un poco de aceite, que salten bien, con un poco de calor, en su justa medida, y cuidado no te vayas a pasar!

El siguiente paso es poner un poco de picante.

Tampoco te pases con esto. 2 o 3 dientes de ajo es lo necesario para dar ese gusto gracioso a nuestra  receta que le da el punto necesario para mostrar de qué va nuestro juego. Es como entrar a un Bar y guiñar un ojo, mostrar una sonrisa... Ese juego de insinuación que tanto nos gusta y que sin ellos la vida perdería muucho, pero mucho de su sabor.

Ahora ya podemos añadir la Sal. Solo un poco, para que la cebolla coja sabor, algo tan suave como un beso en la mejilla o un “te quiero” susurrado en la oreja, un toque al fin y al cabo.

Es el momento de nuestro ingrediente secreto. Bueno, en mi caso son dos (o tres, depende del plato... y del momento). Uno personal, el perejil (ya lo dije antes), y otro que no pienso desvelarte, porque es tu propio toque, ese ingrediente que hace las veces de firma en tu obra final.

Ironía, humor, inteligencia, astucia, sensualidad o simplemente una caricia o un beso en el lugar adecuado en el momento justo. Solo cuando hace falta... Todo vale en este juego!

El punto álgido de nuestro plato viene en este instante, es hora de echar el Solomillo. Al gusto, muy hecho, poco hecho, medio punto... Para gustos los colores, como se suele decir...

Pero el problema de cocinar para dos es que puede que para uno esté poco hecho y para otro demasiado, y es en este preciso segundo de la relación donde surgen los roces, inevitables, por otro lado, en cualquier pareja, pero si se saben superar... todo sabrá mucho mejor cuando pase el aguacero.

Y como después de cualquier tempestad llega la calma... es la hora del toque frutal: la manzana!

Córtala a daditos, suave, manejando el cuchillo como si de un pincel se tratara, dándoles forma, moldeándolos despacio, con movimientos certeros y cuando estén listos, añadir a la satén y calentar a fuego lento hasta que se deshagan un poquito, para darle la textura necesaria a nuestra salsa.

Cuidado con esto, pues los daditos de manzana son como los chicos, como hagas un movimiento en falso, olvídate! y con un golpe de calor más de la cuenta... pues... O peor aun es dejarlos frios, eso nunca te lo perdonan.

Al final solo queda añadir un poco de vino, porque como en cualquier relación, con una copa en la mano, se disfruta más.

La cantidad, al gusto, pero eso si, consumo responsable.

A mi me gusta solo un vasito, o uno y medio. Y dejar reducir hasta que quede la salsa justa para las raciones que queramos preparar y es que si hay más de la necesaria... algo siempre sobra y eso, en una pareja nunca es bueno.

Ah si, algo que se me olvidaba, en la cocina, así como también en la vida surgen complicaciones... Hay que saberlas resolver en el momento (nada de dejarías macerar con el tiempo), improvisar en su justa medida y por supuesto, aprender a ser multitasking =) si no.. apañados vamos...

Pero lo más importante de todo, con diferencia es saber esperar para degustar nuestro plato. Perseverar y aguardar el momento preciso para dejar que acaricie nuestro paladar, perfectamente hecho, acariciando cada uno de los rincones de nuestra boca, como un buen beso intenso.

Y eso es todo. Espero que lo disfrutes como disfruté yo de mi cena para dos. Aquí te dejo mi receta recién salida del horno.

Bon Appetit!

http://novelajoeytu.metroblog.com/



P.D.: Si quieres ver más del blog de  mi amiga, puedes hacerlo aquí. Entre tú y yo, no te arrepetirás.

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